LA
IMAGEN DE MÉXICO, POR LOS SUELOS
Sólo en los últimos días, la
imagen de México como un país reformista, abierto al cambio y que pretende
avanzar más rápidamente en su desarrollo, quedó en entredicho e incluso se
reemplazó por la que realmente viven a diario los mexicanos: la de un país
donde el Estado ha perdido el control al permitir masacres extrajudiciales de jóvenes,
la desaparición de miles de personas sin respuesta alguna y el avance de las
violaciones a los derechos humanos en todos sus órdenes.
Aun
cuando el gobierno federal ha presumido su compromiso y ha firmados decenas de
acuerdos internacionales, México no es visto como un país que, apoyado en una
democracia transparente, respete el derecho a la vida, la igualdad ante la ley
y la libertad de expresión; los derechos económicos, sociales y culturales
–como el derecho al trabajo, la seguridad social y la educación– y los derechos
colectivos, como los derechos al desarrollo y la libre determinación.
El caso
del asesinato de tres estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos y el
secuestro de otros 43 alumnos de esa institución, una de las más vetustas en su
género y un símbolo de la lucha social ante las enormes desigualdades que se
han vivido por décadas en la montaña de Guerrero, ha crecido a niveles
internacionales y aún no sabemos hasta dónde dañarán los errores y omisiones en
torno a la justicia a los objetivos del gobierno por atraer inversiones, así
haya abierto prácticamente todos los sectores productivos del país, en especial
el de la energía que, según dicen quienes gobiernan hoy el país, traerá más
fuentes de empleo y bienestar al país.
La
barbarie cometida en Iguala, Guerrero, pudo evitarse si la justicia en México
se aplicará a cabalidad. El 12 de diciembre de 2011, un grupo de estudiantes de
esa misma Normal Rural de Ayotzinapa, que exigían aumento de la cuota diaria de
alimentación por estudiante, mejoras de infraestructura en el plantel, una
mayor matrícula, revisión del promedio aprobatorio de primer ingreso y becas
para egresados, fue atacado por los cuerpos de seguridad estatales y federales.
Ese día
dos normalistas y un empleado de una gasolinera cayeron asesinados a manos de
policías. El escándalo por el exceso de fuerza también atrajo la atención
internacional. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) investigó y
lanzó recomendaciones al gobierno de Ángel Heladio Aguirre Rivero y a
funcionarios de alto nivel de la Policía Federal (PF) en el sexenio de Felipe
Calderón Hinojosa. Pero nada pasó.
Ni
Aguirre Rivero cumplió con las recomendaciones de la CNDH ni los funcionarios
federales fueron investigados ni llevados ante un juez. Es más, la Comisión
Nacional de Derechos Humanos, que preside Raúl Plascencia Villanueva, reculó y
hasta exoneró al entonces comisionado general de la PF, Facundo Rosas Rosas.
Otra vez: el resultado de esta nítida evidencia de impunidad provocó que ese
personaje fuera reciclado por el Gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle
Rosas, quien lo nombró titular de la Secretaría de Seguridad Pública estatal.
Ahora,
Rosas Rosas es nuevamente señalado como el principal responsable del violento
operativo que implementó la policía poblana el 9 de julio pasado contra los
pobladores de San Bernardino Chalchihuapan y que dejó decenas de heridos, entre
éstos niño, José Luis Alberto Tlehuatlie Tamayo, quien murió días después a
causa de los proyectiles lanzados por los elementos de seguridad. Pero, otra
vez, nadie le ha tocado un pelo a ese personaje ni al Gobernador de Puebla. En
esta ocasión, sin embargo, organismos internacionales, gobiernos y también los
inversionistas están pendientes de la respuesta de la administración de Enrique
Peña Nieto sobre los ataques criminales en Iguala que, encima, apuntan a
confirmar una carnicería pocas vistas en México y en el mundo.
Esta
semana, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Departamento de Estado
de la Casa Blanca, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la
organización Human Rights Watch (HRW), Amnistía Internacional (AI), entre
muchas otras, exigieron una investigación pronta y transparente de los hechos
al gobierno mexicano. Incluso, algunos de esos organismos, pidieron una
investigación “independiente” y en la que las instituciones de justicia
nacionales no metan mano, un signo de la desconfianza con que se les ve no sólo
dentro sino fuera.
El
viernes, en una acción ya contundente y que muestra el actual deterioro de la
imagen del país, miembros del Parlamento Europeo condenaron lo ocurrido en
Iguala y exigieron que el Acuerdo Global celebrado entre México y la Unión
Europea (UE), que establece mecanismos de cooperación entre ambas partes en el
respeto indivisible de los derechos humanos y la seguridad ciudadana, “tiene
que ser puesto en espera y sus objetivos y áreas previstas para la
liberalización deben ser revisados”. “El primer y principal deber ahora es
reconstruir la confianza en la aplicación efectiva del respeto de los derechos
humanos, a los que el Estado mexicano se ha comprometido [...]
El crimen organizado tiene que ser detenido,
dondequiera que se halle, y las lagunas jurídicas tienen que ser eliminadas más
allá del área económica”, se planteó en una carta fechada en Bruselas y que
suscriben Ulrike Lunacek, vicepresidenta del Parlamento Europeo y otros 15
miembros. “Los acontecimientos sucedidos en Guerrero son sólo el último de una
larga lista de delitos que han quedado en total impunidad [...] instamos a que
haga todo lo posible para esclarecer plenamente los hechos en Iguala/Guerrero y
sancionar a todos los responsables. Y exigimos firmemente que no se dé ningún
paso adicional en relación con los acuerdos comerciales antes de que la
situación de los derechos humanos en México haya mejorado de manera significativa”,
denunciaron los parlamentarios.
Ahora,
cuesta arriba, el gobierno federal debe dar una respuesta contundente y una
muestra verdadera de voluntad política para atacar el problema de la corrupción
y la impunidad no sólo a los mexicanos sino también a los extranjeros. Sólo con
acciones y no con discursos y evasivas –como las del Gobernador Ángel Aguirre,
quien ya no cuenta ahora más que para ser sometido a una investigación a fondo
por convertir a Guerrero en el estado con los más altos niveles de criminalidad
en el país y a Acapulco como la tercera ciudad más violenta del mundo– se podrá
recuperar la confianza. Por ahora, la imagen de México se hunde y así, ni
regalando el petróleo habrá quien venga a jugarse no sólo sus capitales sino
también el pellejo.
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